TRAMA DC

La historia de muchos que terminaron en la cima no siempre es bajo un camino limpio, uno tiene que comer mierda hasta llegar al éxito.

Sylke formó parte de uno de los mayores crímenes que alguien puede hacerle a una madre: arrebatarle a su hijo. La necesidad y el hambre que se sufría en la, alguna vez gloriosa, Unión Soviética, obligaba a las jóvenes madres embarazadas a regalar a sus hijos a cambio de alimentos. El comunismo dotaba de bienes a aquellos que estaban en la cima, los demás, tenían que buscársela. Como producto de los negocios bajo la cuerda, con tal de generar dinero negro, se comenzaron a crear agrupaciones clandestinas de adopción, quienes se encargaban de llevar a los bebés nacidos bajo el régimen de Stalin a América, para que aquellos bebés logren llenar el hogar de los americanos más adinerados que no estaban dispuestos a pasar por la larga y tediosa lista de espera, llena de trabas burocráticas, para adoptar un bebé.

Claramente, el punto era hacer dinero, no asegurarse de que los bebés adoptados caigan en un buen hogar. Algunos bebés tuvieron suerte, otros como Sylke, no.

Estados Unidos era la nueva a potencia enriquecida del nuevo mundo. Tras ser los vencedores de la dolorosa segunda guerra mundial, los americanos gozaban de llevar la corona de vencedores y la abundancia no tardó en llenar los bolsillos de los americanos y con ello, nuevas necesidades surgieron.

Los gustos de los ricos siempre han sido, cuanto menos, toda una curiosidad por parte de los que no pueden ni soñar con la cantidad de dinero que estas personas manejan; no obstante, a más dinero tiene uno, más complejas se vuelven las formas de entretenimiento. Sylke con tan solo 5 años, llegó a Estados Unidos, sin saber lo que el país del progreso le deparaba. Fue adoptada por una pareja ya mayor, de unos 50 años aproximadamente. Poseían una enorme mansión rústica, parecía el sueño de cualquier niño, sobretodo si era como Sylke quién lo único que había visto toda su vida eran granjas maltrechas que a duras penas podían mantener dos vacas. La bienvenida fue acogedora, ella tenía su propia habitación repleta de juguetes y recibía algo de afecto por parte de la pareja; sin embargo, la casa no tardó de llenarse de más niños. Con el pasar de las semanas, dos niños y una niña fueron adoptados e instalados en la mansión.

Con la llegada de los niños, el ambiente dentro de la mansión adquirió una tonalidad densa y más pronto que tarde, las intenciones de los ancianos relucieron.

En el sótano de la mansión había una suerte de bar, lleno de sillas aterciopeladas, con un bar y un escenario pequeño al frente de las sillas. La primera vez que Sylke entró al sótano se quedó estupefacta con la cantidad de lujo y elegancia que se podía percibir en ese bar. Los invitados llevaban trajes negros y máscaras de lo que parecían ser diferentes animales disecados, tal parece que querían proteger su identidad. Ella se encontraba tras la cortina roja de terciopelo junto con uno de los que sería su hermano adoptivo. Esa día era la noche de su estreno, ambos estaban por se introducidos ante los señores de traje.

Lo que Sylke tuvo que hacer aquella noche la perseguiría más adelante, pues ella era muy pequeña como para entender en aquél entonces, lo que estaba pasando. Aquella historia se repitió varias veces y a medida que Sylke crecía, dejo de ser la protagonista de las noches de tragos y cartas que acontecían los domingos de cada semana, pues siempre llegaban niños más jóvenes para suplantar su lugar. Ella sabía que le quedaba poco tiempo y que, si no actuaba rápido, lo más seguro era que ella desaparecería, o más bien, la harían desaparecer.

Su ingenio de una niña de 13 años la llevó a introducirse en las charlas que daban lugar mientras ella servía las bebidas a los invitados. Su reciente habilidad la había ayudado a saber cuales son las palabras correctas para dirigirse ante los invitados, también entendía los temas de los que hablaban, esto la ayudó a ganarse el interés de muchos de esos invitados. ¿Cuál era aquella habilidad? pues ni ella misma sabía explicarlo. En algún punto cuando cumplió sus once años, las jaquecas comenzaron, eran insoportables, a medida que se intensificaban, ella era capaz de escuchar voces, que después pudo identificar como pensamientos ajenos.

Sylke considera que aquella habilidad despertó en el momento adecuado, pues ella fue testigo de cómo, uno a uno, los niños que eran mayores que ella, iban abandonado la mansión para no ser vistos nunca más.